De niño presencié cosas inquietantes, que sin embargo, no pude preguntar para salir de la duda. Viví bajo la tiranía de un hermano mayor al que si osaba consultar algo, la respuesta era automática: ¿eres bobo o qué?

A diferencia de él, fui a una escuela bilingüe y podía notar que los títulos de las películas en realidad eran invenciones que nada tenían que ver con los originales. En la escuela, por ejemplo, había aprendido que “jaws” significaba “mandíbulas”, pero en la carátula del filme de Spielberg venía escrita la palabra “Tiburón”.

Y así un sinfín de etcéteras (traducción: todos los anaqueles del videoclub). Lo cual me lleva a pensar que mi atrabancado inglés (pese a haberlo estudiado toda la vida) se debe a la filmografía que me acompañó durante la infancia.

Con una excepción (mi película favorita): “Volver al futuro”. Sin embargo, su error no estaba en la traducción, sino en la trama misma. Marty McFly, el protagonista, viaja al pasado para conocer a sus padres de jovenes y debe volver al futuro (que en realidad es el presente, o sea, debe “Volver al presente”).

Para evitar que me dijeran bobo, cerré el pico y vi fascinado cientos de veces la película. Hasta la fecha. Y en las diferentes etapas de mi vida me sigo planteando la misma interrogante que tuvieron sus creadores al momento de concebirla: ¿si hubiera cursado la preparatoria con mi papá, sería mi amigo?

Yo creo que sí, tanto, que a diferencia de Marty, me desintegraría en el pasado. Seamos honestos, la mayoría de nuestros padres nunca debieron casarse y mucho menos reproducirse. Con lo cual el título de mi película sería: “Viajar al pasado para impedir que mis padres se conozcan (e intenten ser felices)”.