Los años maravillosos
4 febrero, 2024

Un mundo sin abogados

 

 

Cuando era apenas un niño en la escuela primaria, mi maestra aseguró a mi mamá que tenía un don natural para ser presidente de la República o, como mínimo, abogado. Todo esto gracias a mi habilidad en la oratoria. Mi mamá, por supuesto, no perdía la oportunidad de presumir esto en cualquier reunión social, llenándose de orgullo al observar la envidia reflejada en las caras de sus amigas.

Sin embargo, poco le duró el gusto. A medida que entré en la adolescencia, me volví un joven tímido y retraído. Y qué bueno, porque con el paso de los años me di cuenta de que ambos oficios eran precisamente los responsables de tener en la ruina al mundo.

¿Cómo llegué a tal conclusión? Muy sencillo, a través de la televisión. Los Simpson, como siempre, dieron en el clavo. No exageraron cuando Lionel Hutz imaginó un mundo sin abogados, y en su cabeza, ve a toda la humanidad tomada de la mano mientras atraviesa un arcoíris.

Para empeorar las cosas, ya adulto, la única vez que entré a un despacho jurídico viví una experiencia surreal.

—Adelante, el doctor acaba de llegar —me dijo la secretaria.

Al ingresar a la oficina, en lugar de centrarme en el motivo de mi cita, le cuestioné al abogado por qué la secretaria lo había llamado doctor en lugar de licenciado.

—Porque tengo un doctorado en leyes —respondió con altivez—. Por lo tanto, agradeceré en lo sucesivo se dirija a mí como doctor.

Mi negativa a acatar su petición dio como resultado ser expulsado de su oficina. Argumenté que solamente aquellos que salvan vidas merecen ser llamados doctores, ya que hasta donde mis 44 años de vida me permiten ver, los abogados parecen hacer justo lo contrario.

 

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