Perdone usted si protesto
17 marzo, 2024

Todo es una competencia

 

 

La semana pasada, por mencionar un ejemplo, se llevaron a cabo los tan comentados premios Oscar. Una farsa donde se pretende definir quién sobresale en un terreno tan subjetivo como el arte.

Sin embargo, ni tú, ni yo, ni siquiera los organizadores de estos galardones carecemos de criterio. Sabemos que el ser humano tiene un afán irrefrenable de convertir cualquier contexto en una contienda en pos del bien más preciado en estos tiempos: el reconocimiento.

A este punto, el lector desprevenido podría interpretar este escrito como una crítica al capitalismo o un lamento sobre la trivialidad de transformar el arte en una competencia, pero nada más lejos de la verdad. Mi único reproche radica en el sistema utilizado para elegir al mejor en cada categoría. ¿Qué métrica se emplea para determinar cuál actor ha logrado transmitir más tristeza o alegría al encarnar un rol dramático o cómico?

El modelo es tan turbio como en la mayoría de las disciplinas olímpicas al ser sometidas a juicio. Y aunque los miembros de la Academia y el Comité Olímpico jamás lo admitirán, las calificaciones otorgadas por estos individuos trajeados, que deciden el destino de años de dedicación de los competidores, están estrechamente vinculadas a sus estados de ánimo.

Por ejemplo, si el día de la competencia de salto de trampolín de 10 metros, un juez tuvo un pleitazo con su pareja, su ánimo avinagrado influirá directamente en la puntuación que otorgue al observar a los acróbatas bielorrusos o estonios. Lo mismo acontece en los premios Oscar. Un juez que haya recibido una grata noticia, como un aumento de sueldo, rebosante de felicidad, podría contemplar la cinta “King Richard” como la sucesora de “El ciudadano Kane” y no como una apología al maltrato infantil digna del canal Hallmark.

 

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