Cuando imaginábamos a las máquinas conquistando al ser humano, vislumbramos un ejército de T-800, es decir, Schwarzenegger con esqueleto de aluminio y escopeta en mano. Y para que quedara claro lo diabólico de esta criatura, tenía los ojos del mismo color que el sistema operativo HAL 9000, maléfica computadora de “2001: Odisea en el Espacio” de Stanley Kubrick. O, si se prefiere una referencia actualizada, del mismo pantone alcanzado por Bad Bunny al descubrir que una máquina es capaz de componer y cantar como él.

Se podría afirmar que no era necesario recurrir a la inteligencia artificial para tan sencilla labor, que mi sobrino de 9 años era perfectamente capaz de llevar a buen puerto la misión, pero este escrito no trata de exponer si la música de Bad Bunny es buena o mala, sino que la conquista de las máquinas será pacífica, voluntaria y sin percatarnos de ello (salvo que tu sobrenombre sea Bad Bunny).

Será de este modo y no de otro, ya que el anhelo más grande de la humanidad es no hacer nada. En la revolución industrial las jornadas laborales eran de 15 horas hasta que alguien con suficiente sentido común expuso lo evidente: las máquinas están a nuestro servicio y no viceversa (y se redujo a 8 horas el trabajo).

Ahora bien, con la llegada de la inteligencia artificial lo que nos toma 8 horas de trabajo (guiño guiño) se reducirá a la mitad de tiempo o incluso menos. ¿Eso significa que nos echarán a todos a la calle y moriremos de hambre?

Un misterio.

Lo único cierto es que las 2 horas muertas que fingíamos trabajar en la oficina se duplicarán y requerirán de toda nuestra creatividad para que sigan creyendo que somos indispensables, los engranajes claves de la maquinaria capitalista.

Mientras esto ocurre, por mi parte, seguiré simulando que soy el que escribe estos textos y no ChatGPT, del mismo modo en el que ustedes, felices de la vida, leen estas líneas en vez de revisar los reportes bimestrales que tanto agobian y urgen a Gutiérrez.