Perdone usted si protesto
21 enero, 2024

Ser o no ser (idiota), esa es la cuestión

 

 

La gente se rasga las vestiduras ante la proliferación de otra que se identifica con cosas que, a todas luces, no son; digamos, de forma arbitraria, un delfín. Paradójicamente, el primer grupo no se toma la molestia de cuestionar sus propias creencias. Tomemos al vuelo, solo para ilustrar, la pintoresca idea de que es posible lavar las peores barbaridades cada siete días engullendo, de manera puramente simbólica, la carne y la sangre de un semejante.

Lo último que pretendo es avivar polémicas o poner en tela de juicio la fe ajena. Es un simple ejercicio de cuestionarnos las cosas (comenzando por nosotros mismos) que, si practicáramos más seguido, el mundo sería otro (uno mejor).

Mi autor favorito se llama Hernán Casciari, y la raíz de su genialidad (y éxito) emana de este principio. Sostiene que las personas tienen una inclinación hacia las respuestas en lugar de las preguntas. Es por ello que los libros de autoayuda pagan la universidad de los hijos de los libreros mientras las novelas de misterio se llenan de polvo.

También afirma que, por esta razón, los seres humanos carecemos de reflejos, es decir, somos unos idiotas redomados.

A continuación, un ejemplo práctico:

El rastro más antiguo de la rueda se encuentra en un pictograma sumerio que data del año 3,500 a.C. Dos milenios más tarde, los egipcios inventaron la maleta (año 1,500 a.C.). En otras palabras, mientras John Travolta deleitaba en las pistas de baile en “Fiebre de sábado por la noche”, la humanidad, con sus capacidades cognitivas de lo más avanzadas, le tomó casi 3,500 años caer en la cuenta de que algo tan simple como unir dos puntos milenarios podía salvarlos de las hernias discales en los aeropuertos.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *