Vida de escritor
8 mayo, 2024

No perteneces aquí

 

 

Siempre existe un punto de quiebre en nuestras vidas que las transforma para siempre, ya sea para bien o para mal. Y, por lo general, es como recibir un balde de estiércol directo en la cara.

Pa’ que te eduques, mijo.

Así es la vida. Los griegos sostenían que el carácter de un individuo se forja como las espadas: a puro fuego y chingadazos.

Hoy, en conmemoración del Día Internacional de la Cruz Roja, es una oportunidad perfecta para relatar cómo esta institución alteró el curso de mi vida.

Trac. Así resonó. Como si un espectro chasqueara los dedos en mi oído. Y mientras caía al suelo tratando de proteger la pelota de un delantero, me dije a mí mismo que esto no podía estar pasándome a mí. El héroe de acero, el protagonista de mi propia película.

Cuando ya no pude levantarme por mi propia cuenta y el campo de Fut 7 se convirtió en un campo olímpico, supe que algo iba mal. Las radiografías confirmaron lo peor: rotura de ligamentos cruzados y meniscos. La operación podría esperar, pero el riesgo era inminente. O mejor dicho, advirtieron que si no se realizaba en los próximos días, quedaría tullido de por vida.

—Por algo suceden las cosas —susurró la vocecita interna que regía mi vida—. Ahora podrás pedir limosna en los cruces peatonales.

Por suerte, el médico de la Cruz Roja dejó de lado el color de mi piel y aceptó llevar a cabo la cirugía al comprobar que llevaba años apostando a la miseria de ser escritor.

Antes de ingresar al quirófano, eché una última mirada a mis vecinos de desgracia, un adolescente macheteado por embarazar a la novia de su amigo y un repartidor de pizzas con la clavícula hecha añicos por cumplir su pedido en menos de 30 minutos. Me prometí a mí mismo que, si lograba despertar de la anestesia, en ese preciso instante, dejaría de escuchar la vocecita autocomplaciente que me susurraba que mi vida era una gran vida, que ya llegaría el día en que la rompería.

 

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