Siempre me ha sorprendido, y quizá por eso tengo un estudio de diseño y publicidad, el modo en que las personas utilizan la creatividad para vender lo que sea. Ejemplo: las tienditas de la esquina, fondas, peluquerías, pollerías, etcétera, cuyos propietarios, ante la falta de recursos para contratar los servicios de un diseñador gráfico profesional, abren el cajón derecho del cerebro y nos obsequian verdaderas obras maestras en las fachadas de sus establecimientos.

Están desde los clásicos “Pintamos casas a domicilio” y “Vendemos hielo bien frío”, hasta la panadería para consumidores con IQ sobre 560 (La Biblioteca Del sabor); el tendejón que rinde honor a criaturas mitológicas de la cultura popular (El Chupacabras); la heladería con ínfulas de tlapalería (La Brocha); la tienda de abarrotes aspirante a taller mecánico (El Motor Eléctrico); hasta llegar al negocio más insólito de todos, donde no venden bicicletas, ni pollos (Bicipollo).

Estos artistas de la mercadotecnia, por desgracia, están en vía de extinción, desde que buscaron a las musas levantando la mirada al cielo y en su lugar se toparon con espectaculares que anuncian la nueva línea de hamburguesas a la parrilla, la nueva bebida energética gasificada y los nuevos planes de telefonía celular, haciéndoles creer que ha llegado la hora de pasar la estafeta a las nuevas generaciones.

Resultado: los flamantes licenciados tienen la revolucionaria idea de sacar promociones al 2 x 1 en todos los productos de la tienda, y para hacérselo saber al mundo, hipotecan el patrimonio familiar al contratar anuncios en revistas que nadie lee y contratan los servicios de empresas que tiran reparten volantes en las avenidas y los garajes del vecindario, para que los “clientes potenciales” no duden en hacerlos bolita y justificar un aumento de sueldo en los recolectores de la basura.