Perdone usted si protesto
25 agosto, 2016

Las lágrimas de Paola

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Toda mi infancia la pasé jugando fútbol en una liga donde mi equipo nunca logró salir campeón. Siempre quedábamos segundos o terceros. Nunca primeros. Quien sí lo hacía, año tras año, era el colegio dueño de la liga. Por eso nuestros papás, hartos de vernos perder, gritaban con amargura desde las tribunas: <<¡Árbitro vendido!>>.

Un domingo se celebró el partido crucial. La última jornada del campeonato. Teníamos exactamente los mismos puntos que el equipo dueño de la liga. El duelo definiría al campeón. No necesito siquiera cerrar los ojos para verme bajo la portería, muerto de nervios, mirando los números en las espaldas de mis amigos, alineados hombro con hombro, despegándose del suelo para detener el tiro libre ejecutado por Pedrito Gómez (aún recuerdo su nombre y apellido) que rebotó en la tierra, levantando la cal del área chica, girando sobre su eje y escurriéndose entre mis manos y por debajo de mis piernas para terminar en el fondo de las redes.

—Si el árbitro no hubiera inventado esa falta de último minuto —me dijeron compañeros, entrenadores, incluso mi papá—, jamás la hubieras cagado.

Durante todo el partido encarné el rol de El Hombre Araña, haciendo atajadas imposibles. Espectaculares. Una y otra y otra vez. Hasta que el árbitro nos robó. Y lo creí. Y lo seguí creyendo durante todos los años que quedamos segundos o terceros, porque nadie, ni una sola persona, tuvo la sensatez de explicarme que de nada sirve hacer bien tu trabajo si en el momento de mayor presión cometes un error. Que sólo los cobardes no asumen su responsabilidad. Y que sólo los más grandes aprenden de sus errores.

Estamos a pocos días de que se dé el banderazo de salida de la justa más importante del deporte en la humanidad. Y mucho me temo que, como ha ocurrido cada cuatro años, la historia seguirá repitiéndose. Espero estar equivocado; sin embargo, somos medallistas de oro en tropezar con la misma piedra.

Parece que fue ayer, pero fue en Río 2016, uno de los máximos bastiones y referentes del deporte nacional, Paola Espinosa, rompió en llanto ante los medios de comunicación al ocupar el cuarto puesto en la competencia de clavados en plataforma de 10 metros. Sus lágrimas no eran de desilusión, eran de coraje, pues su derrota, dijo, no era consecuencia del supremo desempeño de sus rivales o de su falta de consistencia en los clavados finales, sino de los jueces, que, como la abrumadora mayoría sabemos, no tienen otra motivación en su existencia más que conspirar para robarnos la gloria.

 

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