Los años maravillosos
29 noviembre, 2023

Las fotos ya no son fotos

 

 

Recuerdo como si fuera ayer mi primera fotografía en Instagram. Temeroso, tomé entre manos el celular con cámara fotográfica para inmortalizar lo que consideraba una obra digna del MoMA.

5 de diciembre de 2012.

Desde aquella fecha ya se publicaban ensayos y artículos de periodistas y escritores que advertían (y añoraban) la época en que tomar fotografías era un arte. O mejor dicho, algo que se valoraba muchísimo por ser un bien escaso. Es decir, el autor tenía que ser selectivo al momento de inmortalizar una escena.

Y no mentían. En la infancia tener la responsabilidad de cargar la cámara en el viaje familiar era igual que sostener un fusil en la guerra: había que cuidar el rollo fotográfico como las municiones, presionar el botón en el momento exacto podía convertirse en un tema de vida o muerte.

Sin embargo, con la llegada de Instagram tomar fotografías se convirtió en lo mismo que ir a la guerra (pero en un videojuego). De golpe y porrazo teníamos municiones infinitas. Y lo infinito lleva al derroche. Y el derroche a la carencia.

En la actualidad disparamos cientos de miles de veces para capturar la intrascendencia. Y lo peor no es captarla, sino compartirla. La fotografía dejó de ser el retrato de un momento íntimo o memorable para dar paso a la presunción.

Por ello, no me cabe la menor duda que jamás hubiera llegado a conocer Instagram si mis papás al término de las vacaciones se topaban con esto:

 

 

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