Teorías conspiratorias
24 marzo, 2024

La señora que todos llevamos dentro

 

 

Las marcas de tiza en el asfalto, signos inequívocos de un siniestro automovilístico, me transportan irremediablemente a las escenas de crímenes de las películas de mi infancia, donde los detectives dibujaban la silueta de la víctima en el piso.

¿Exagero al ver en esto una especie de teatro macabro para entretener a una audiencia invisible? Seguro que sí. Pero, ¿acaso no es en las exageraciones donde las historias cobran ese matiz hilarante que tanto nos seduce?

Es curioso cómo en la mente bullen las tramas más enrevesadas y absurdas, alimentadas por esa señora dedicada en cuerpo y alma a cosechar cotilleos ajenos. Sí, todos albergamos una versión de esa señora entrometida en nuestras mentes, voz insidiosa que nos obliga a disminuir la velocidad al pasar junto a sirenas intermitentes que rodean escenarios de caos vial y tragedia automovilística.

O en casos más retorcidos (como el mío), al ver surcar aviones en el cielo, susurrar su desplome para vivir en primera persona una experiencia digna de cine. Mismo caso al observar a dos sujetos perder los papeles al grado de vociferarse uno contra otro mientras aguarda paciente quién será el primero en soltar la primera trompada.

Es ella, la señora que habita mi cabeza, quien teje con maestría estas fantasías cinematográficas, al punto de ver acrobacias dignas de Hollywood cada vez que tengo por delante simples marcas de tiza en el asfalto, preguntándose por los infortunados de tan grotescas escenas: ¿cuántos muertos, heridos o amputados habrán sido?

Por fortuna, la sensatez insiste en venir a mi rescate, recordándome que en realidad vivo en una ciudad que ha crecido exponencialmente y sin control regulatorio alguno. En consecuencia, ha traído consigo los accidentes de tráfico más absurdos que se puedan imaginar.

Es decir, la inmensa mayoría ocurren en las esquinas con semáforo. O lo que es lo mismo, los protagonistas de los siniestros son personas con la mirada fija en sus celulares, esperando la ansiada luz verde, que por un acto reflejo de estupidez humana, aceleran cuando aún tienen un coche detenido delante de ellos.

Si no me creen, cuenten la cantidad de tiza pintada en el asfalto (y su ubicación). En lo personal, cada dos por tres semáforos descubro que las cuatro llantas de mi coche calzan en las marcas de un accidente ocurrido minutos atrás, y no puedo más que agradecer mi impuntualidad al salir de casa para evitar un día entero de papeleo e insolación en espera de la aseguradora.

 

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