Teorías conspiratorias
7 enero, 2024

La ilusión que todos llevamos dentro

 

 

Nos hallamos tan acostumbrados a la penuria y la mala fortuna que, con tal de que nos obsequien algo, aceptamos regalos con el mismo entusiasmo que acogeríamos una puñalada. Es un refrán que lo afirma, y por eso mismo lo menciono. Nada desnuda la idiosincrasia de un país más que sus refranes. Si no me creen, entonces, ¿por qué nos emociona tanto la llegada de la rosca de reyes?

Si no fuera por el diminuto ser oculto en su interior, sería otro pan del montón. Y siendo realistas, es simplemente eso, un pan cualquiera; de hecho, hay decenas de panes dulces más deliciosos. Y ojo, si es que la palabra “delicioso” aplica a la rosca de reyes (al menos, las de antaño).

La rosca de reyes de tiempos pasados era un pan francés redondo adornado con higos, ates y azúcar espolvoreada. Y aún así, la esperábamos con anhelo, todo gracias al dichoso muñeco. <<Es el niño Dios>>, nos decían las tías, tratando de inyectarnos un poco de espiritualidad. Sin embargo, el furor se desataba por la dificultad de encontrarlo, tan complicado como ganarse la lotería.

Pero ahora todo ha cambiado. Mi ciudad dejó de ser un pueblo, se industrializó, creció, y las roscas de reyes vienen rellenas de Nutella, queso Philadelphia, guayaba, mermelada y una legión de niños dioses para que todos se sientan con más esperanzas antes de caer en un coma diabético.

En realidad, el sentimiento debería ser lo opuesto, por aumentar las posibilidades de terminar pagando los tamales en febrero. Pues, esencialmente, eso es lo que representa el muñeco dentro de las roscas de reyes: señalar a los incautos que serán los próximos en vaciar sus bolsillos. A pesar de ello, nos emocionamos, porque lo que no ha cambiado y nunca cambiará en esta vida es conformarnos con tan poco, que hasta el plástico nos parece un regalo divino.

 

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