Cuentos y reseñas
17 mayo, 2016

La casa en penumbras

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En el selecto círculo inicial, se congregan unos pocos caballeros que, a pesar de carecer de los documentos del registro público de propiedad, se autoerigen como los legítimos señores del recinto. Por ende, además de cobrar la renta, han instaurado normas de usos y costumbres a su medida, como el capricho de mantener perennemente cerradas las cortinas del inmueble.

El segundo grupo, por su parte, lo integra una multitud alborotada que agita sus puños en el aire y vocifera en la penumbra cada vez que se encuentran con el desdichado incidente de golpearse con los muebles de la sala, apenas visibles. Estos infortunados atribuyen su desventura al primer grupo (a quienes aborrecen), aunque no titubean en desplegar sonrisas y adulaciones cuando se cruzan con ellos en los pasillos del patio. No sea que, por falta de pago de la renta, les corten el suministro de agua o gas.

Hartos de lamentos y de deambular a ciegas, el tercer y último grupo que habita la morada (una minoría abrumadora que cumple puntualmente con la renta) se ha aventurado a correr las cortinas, desafiando las imposiciones del grupo dominante.

—Hemos indicado que está terminantemente prohibido abrir las cortinas —sentencia el grupo Número 1, y de inmediato ordena tapiar las ventanas para que no quede ni rastro de luz en el interior de la casa.

Demasiado tarde. El segundo grupo queda perplejo al descubrir la ostentosa excentricidad que adorna los aposentos de los primeros. No obstante, en su fuero interno, más que enojo, experimentan envidia. Por lo tanto, en lugar de presentar reclamaciones, corren a sellar sus propias ventanas, evitando así que el grupo Número 1 descubra la ausencia de sus artilugios en la vivienda.

 

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