La sagrada familia
24 diciembre, 2023

El regalo prometido

 

 

La adolescencia inicia en ese oscuro momento en el que descubrimos que hemos sido engañados por nuestros propios progenitores. No es la mentira en sí lo que nos duele, sino la retirada de la venda de los ojos al descubrir que la historia que considerábamos inquebrantable es solo una farsa. Esa revelación tiene un nombre propio: traición. Un dolor más profundo que la propia mentira, capaz de dejar cicatrices indelebles.

La mía se gestó de vuelta a casa tras la cena navideña en casa de mis abuelos. Bajo el asiento del coche de papá, resplandeciente, metálico, exquisito, se hallaba aquello que me había sido vedado durante toda mi infancia: abrir un regalo.

Cada mañana del 25 de diciembre, al precipitarme hacia el árbol (por más temprano que fuera), invariablemente encontraba los envoltorios desparramados de mis regalos. <<Tranquilo, Santa te trajo todo lo que pediste>>, decía mi hermano con ojos de auditor de la Secretaría de Hacienda.

Por ello, aquel escurridizo obsequio bajo el asiento de papá representaba la promesa de hacer realidad uno de mis más fervientes anhelos. Después de todo, el presente llevaba mi nombre, aunque carecía de sentido, ya que la caligrafía del destinatario coincidía con la del hombre que viajaba desde el Polo Norte tirado por renos voladores para depositar mis regalos en casa.

—¿No lo vas a abrir? —susurró mi hermano a mi oído.

—Mejor ábrelo tú, como todos los años —respondí mirando al vacío.

 

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