Los años maravillosos
22 julio, 2016

El barómetro de la soledad

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La historia que leerán a continuación está tejida con los hilos de la realidad. Podría mentir diciendo que fue ejecutada como un mero ejercicio de sociología juvenil más que un producto de mi propia perversidad. Si lees esto y fuiste una de mis víctimas, de antemano, me gustaría disculparme, pero no puedo ser tan cínico.

 

 

Cuando “Internet” era una palabra nueva en el vocabulario del siglo XXI, pasé infinitas horas frente al monitor esperando que Amy Jo Johnson, la Power Ranger rosa, apareciera en pelotas, lo cual jamás sucedió gracias a mi mamá, que siempre necesitaba hablar por teléfono con sus amigas y cortaba la conexión justo en el momento en que vería rota la inocencia de la actriz.

Como contrapeso a mis hormonas, invertí incontables horas en culturizar mis neuronas, aprendiendo insultos de todas las latitudes del continente americano gracias al “Latinchat”, ese artefacto de intercambio cultural que, en cuestión de minutos, desvelaba que en Argentina “la concha de tu madre” no significa “el pan dulce de tu mamá”.

Pese a los años transcurridos, poco ha cambiado desde aquellos días prehistóricos; los foros aún cumplen con su propósito original: mentarle la madre a los argentinos y sacar a la luz a la mujer que todos llevamos dentro. La mía respondía al nombre de Kathy, y sus pretendientes mostraban un interés particular por dos aspectos: su nacionalidad (siempre argentina) y su apellido (siempre perteneciente a algún ex campeón del mundo: Burruchaga, Ruggeri, Batista, entre otros); esto les hacía creer haber encontrado a la mujer ideal: hermosa y apasionada por el fútbol.

Para evitar levantar sospechas, me hacía pasar por aspirante a modelo y actriz, fingiendo residir en la capital de México (justificando así el uso del “tú” en lugar del “vos” que me exigía el CEA, escuela de actuación de Televisa, cuyos estudios costeaba con mis trabajos de edecán). Por supuesto, tras un par de horas, todos exigían pruebas para asegurarse de no estar cortejando a un hombre (lo cual era el caso).

Sin embargo, en la era anterior a Facebook e incluso a las cámaras digitales en los celulares, no era tan sencillo obtener la fotografía de una desconocida atractiva. Por ello, me vi orillado a robar el álbum fotográfico de una amiga del colegio y, ¡voilà! Como moscas a la miel, los pretendientes comenzaron a llegar. Mi bandeja de correo electrónico parecía la Cumbre de las Américas, inundada de poemas y promesas epistolares. Incluso me enviaban fotografías personales, tan patéticas como sus rimas, jurando estar dispuestos a dejarlo todo por venir a visitarme.

Y justo aquí fue donde todo se torció. En lugar de poner fin a la farsa y dejar de responder a los correos electrónicos, decidí doblar la apuesta: involucré a un cómplice, convencido de que lo que sucedería en los meses siguientes jamás traspasaría los límites del mundo virtual.

—Esta semana llegaron otros dos —me escribió P en el chat—, chilenos, creo, ambos hablaban como Beto Cuevas.

Al cabo de los meses, me confesó que ya no le quedaba más corazón para seguir adelante. Todos tocaban a su puerta con los ojos desbordados de esperanza y la voz temblorosa, preguntando por Kathy. Y todos elegían el banco de enfrente del parque como lugar de pernocta, por si su amor virtual decidía finalmente materializarse en carne y hueso.

Mi respuesta fue tan indolente que hasta la fecha se me sigue helando la sangre:

—No debes sentir culpa alguna… —dije, haciendo una pausa para llevarme la mano al pecho como un libertador de país sudamericano—. Les hicimos un bien a todos esos pobres desgraciados.

 

2 Comments
  1. Responder
    Juan García

    Muy buenos tiempos donde por ignorancia se creía uno todo lo que leía en una pantalla! Desafortunadamente creo que personas con poca calidad moral si llegaron a abusar de mujeres o estafar a hombres en innumerables ocasiones! Qué bueno que no lo llevaron más lejos !

    • Responder
      Rodrigo Solís

      Así es, años maravillosos aquellos. Saludos Juan.

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