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4 enero, 2024

El asesino, la víctima y el testigo

 

 

Esta mañana aconteció algo insólito. Al estacionar mi coche junto a la entrada de una tienda, divisé sobre la acera a un individuo que era la viva imagen de D, aunque con el cabello encanecido. Ante la intención de cruzar la calle que mostraba, surgió en mí el inmaduro impulso de hacer sonar el claxon para sobresaltarlo. No obstante, me contuve; una voz interna me recordó que ya no soy un adolescente y, sobre todo, no estaba seguro de que aquel hombre fuese verdaderamente D.

Enfrascado en el dilema entre hacer el ridículo frente a un desconocido o no, el destino tomó las riendas por mí. Un claxon resonó a mi costado, revelando en todo su esplendor el rostro aterrorizado de D. Sí, era él, el regordete arquero con el que compartí aulas en la primaria “Legionarios de Cristo”.

Su expresión de horror era inconfundible, la misma que adornaba su rostro cada vez que le anotaban goles inverosímiles, dados por su torpeza para detenerlos, pero que siempre iba acompañada de una mirada pavorosa, anclada a su cuerpo rechoncho, anatomía ahora agigantada por la medianía de la edad, inmóvil frente al inminente choque con el capirote de una camioneta que se acercaba a 100 km/hr sobre la calle que intentaba cruzar.

Al igual que la mayoría de las personas, a pesar de mis reservas, formo parte de varios grupos de WhatsApp. Uno de ellos está compuesto por antiguos compañeros de la escuela primaria. Como es común en estos grupos de ex alumnos de escuelas católicas solo para varones, su contenido se sostiene en dos pilares: pornografía y memes de fútbol. A excepción de raras ocasiones, cada vez que participo en él:

<<D, necesitas un seminario intensivo sobre cómo cruzar la calle>>.

<<Yo igual casi me lo chingo. Frente a banquetes Zoreda>>, añade M.

<<¡Chinga tu puta madre, M! ¿Ibas agarrado a la palanca de Solís?>>, responde D.

Obviemos el hecho de que estoy omitiendo una avalancha infinita de comentarios, desde comparaciones entre la inteligencia de D y animales de todo tipo hasta teorías sobre un romance secreto entre M y yo. Despliegue de lindezas para disfrazar lo caprichoso que puede ser el destino. En un abrir y cerrar de ojos es capaz de reunir a tres amigos de la infancia, que no se encontraban en el mismo lugar y momento desde la graduación de primaria, para convertirlos, décadas después, en los protagonistas potenciales de una historia macabra: el asesino, la víctima y el testigo.

 

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