Perdone usted si protesto
11 abril, 2024

Cuando los años nos alcanzan

 

 

Estoy en la sala de espera del banco. La cacofonía de la palabra “señor” resuena en la sala como un mantra desquiciado, una letanía insistente que amenaza con desgastar la paciencia de cualquiera. Yo, sumergido en la pantalla de mi celular, apenas percibo el mundo exterior más allá de ese murmullo estridente.

A pesar de que mi turno aún no aparece en pantalla, un cosquilleo de alerta me invade, el mismo que nos pone la piel de gallina al mirar a un transeúnte aparecer de la nada cuando caminamos en mitad de la madrugada. Sin embargo, al igual que seguimos nuestro camino en piloto automático en vez de cambiar de acera (no vaya a pensar el transeúnte que lo confundimos con un criminal), permanezco con los ojos clavados en el celular.

Toda mi atención está en ese adminículo que sostengo entre manos. En un intento desesperado por seguir siendo joven, descargué Tik Tok y lo primero que apareció en pantalla fue mi rostro idéntico al de mi abuelo Dimas. Admito que me tomó más de un minuto sobreponerme al microinfarto hasta comprender lo que en realidad estaba ocurriendo: mi cara tenía un filtro digital cuya intención era mostrarme cómo luciré de mayor.

El problema vino después. Retirado el filtro digital, mi rostro, mi verdadero rostro, apenas ha mostrado cambios sutiles con la imagen alterada de mi abuelo, lo que confirma mis sospechas al retornar al mundo real y descubrir que es a mí a quien se dirige la recepcionista del banco con ese mote que no tiene ninguna consideración por mi vanidad.

 

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