El odio de mamá hacia papá era, como en la mayoría de los casos, absolutamente justificado. Papá rara vez estaba en casa, y cuando lo hacía, llegaba a altas horas de la noche, tumefacto por el alcohol, con los ojos inyectados de sangre, buscando encender una chispa que desatara un incendio donde mamá era quien ardía en mitad de un aluvión de mentadas de madre. Le deseé tantas veces la muerte hasta que un día se terminó por morir, justo en la etapa en que empezamos a ser amigos.
—En esta vida —decía, dándose aires de semidios—, solo los pendejos se mueren.
Mamá le decía que dejara de decir sandeces, que todos nos íbamos a morir tarde o temprano, pendejos y no pendejos. Papá me miraba de reojo y se reía. Luego, con el semblante serio, decía que su máximo sueño en la vida era comprar una avioneta y manejarla él solito hasta el Gran Cañón del Colorado para estrellarse contra una de sus paredes de roca.
* * *
Cuando el reloj marcaba pasadas las diez de la noche y las llantas del coche se oían chirriar contra el garaje, todos nos poníamos a temblar. Durante un tiempo, los buenos tiempos, la mejor estrategia era apagar las luces de las habitaciones y hacernos a los dormidos. Si bien nos iba, papá amanecía en una silla de la cocina o tirado en mitad de la sala. Luego llegaron los tiempos malos. Con la crisis del 94, papá tuvo que cambiar su flamante Cougar por un Volcho, y de ahí en adelante decidió que debía despertar a mamá para que le hiciera la cena como merecía un hombre que se rompía el lomo todo el día en una fábrica. Tenía dos métodos: uno, aventarle un almohadazo; el otro, levantarla a punta de insultos.
Una noche, mamá nos pidió a mi hermano y a mí que nos quedáramos a dormir con ella. Solo yo accedí. Apreté con furia los párpados cuando papá entró en la habitación. Encendió la luz y comenzó el ritual de palabrotas. Le regaló un repertorio de florituras dignas de un albañil y aventó un cenicero que se hizo añicos contra la cabecera de la cama. Nunca le pegó, pero esa noche tuve mis dudas. Tambaleante, la sujetó del brazo y le dijo:
—Todo es tu culpa, pendeja.
Sus ojos desorbitados eran los de un borracho capaz de todo.
—Suéltala —dijo una voz a sus espaldas.
Papá ignoró la presencia de mi hermano como lo hizo conmigo. Como si nunca se hubiera casado y tenido hijos y ambos fuéramos una ilusión. Grave error. Mi hermano lo empujó como a un muñeco de trapo contra la pared. Nunca supimos si papá se desmayó o fingió dormir al perder el honor a manos de su primogénito.
* * *
Al cumplir medio siglo, papá sentó cabeza. Entonces le vino un derrame cerebral. Cuando entré a la habitación del hospital, quedé petrificado al verlo conectado a una máquina. No parecía estar dormido. Tampoco muerto. Siempre imaginé que, de estar en una situación donde había que dar un discurso de despedida, este sería tan emotivo como los guiones que se recitan en las telenovelas.
Intenté concentrarme. Organizar mis ideas sobre los pitidos de la máquina que indicaban que aún seguía con vida. Quise decirle muchas cosas: que me enseñó que el mundo jamás colapsa cuando te atreves a hacer lo que te place. A hacer oídos sordos a la gente que dice que no se pueden hacer las cosas. A remar contracorriente. Que fue un buen tipo después de todo, incluso un borracho divertido (cuando mamá no estaba a cien kilómetros a la redonda). Pero nada de eso me pareció tan importante como decirle que me perdonara por todas las veces que me vio concentrado sobre mis libretas, haciendo supuestas tareas que me marcaban los profesores de la universidad para que un día fuera un flamante administrador de empresas capaz de rescatar a su empresa de los números rojos. Intenté confesarle que era un fraude. Que lo único que me importaba en la vida era escribir. Crear mundos paralelos. Pero no dije nada. Quedé en silencio frente a él. Ambos mudos.
* * *
Papá no era un pendejo, pero igual se murió. No lo hizo a lo grande como en sus mortuorias fantasías. Padecía hipertensión. El hermano de mamá, respetado médico familiar, le había advertido que tenía que dejar el alcohol y comer saludable, o sea, estar muerto en vida para seguir viviendo. Papá ignoró la advertencia médica.
—Antes muerto que dejar de tomar —dijo.
Escupía sangre, cagaba sangre y siempre tenía el rostro colorado como la cabeza de un fósforo. Cada vez que destapaba una lata de cerveza, feliz, se convertía en un kamikaze a bordo de una avioneta rumbo al Gran Cañón del Colorado.
29 Comments
Juan Carlos Cano - Johnny-
Tremendo primo, tremendo. Aquí, a la lejanía, no sabiá nada de su comportamiento. Nunce lo pensé o me lo imaginé, por ignorante o por no querer hacerlo. Un abrazo y un abrazo más grande a tu adorada Madre.
Rodrigo Solís
Gracias Johny, te mando un abrazo fuerte.
Maru
Te leo y lo disfruto horrores sintiéndome culpable por Monona. Culpable por disfrutar la lectura que habla de intimidades que tal vez ella quisiera que no se pregonen en tus libros y escritos. Pero esta lectura me recuerda que en todas las familias hay esqueletos, y que solo los valientes los sacan a la luz de vez en cuando para hacernos sentir menos mal a los demás. Me das valor.
Rodrigo Solís
Que bueno que te gustó, Maru. Y pese a todo, mi papá fue un gran tipo.
Maru
Eso no lo dudo.
Juan Manuel González Ponce
Mis respetos y admiración , no sólo para tu madre y para ti, sino por la forma en la logras que uno se meta en las entrañas de la historia. Todos tenemos una historia que contar… Pero no todos nos atrevemos a hacerlo!!!
Un abrazo fraterno
Rodrigo Solís
Gracias mi querido JM, abrazo fuerte de vuelta.
Oliver
Una vez hace años escribí sobre papá. Leo tu texto y me acuerdo cuando en la víspera del Día del Padre decidí escribirle. Años más más tarde cuando en una ocasión se fue de casa (ya se ha ido otras pero siempre regresa), se la envié. Nunca hablamos de ese texto, ni creo que lo hagamos.
Saludos.!
Rodrigo Solís
Gracias por compartir igual tu experiencia Oliver. Abrazo.
Paulina
Felicidades Rodrigo! Enserio pocas veces e ludo palabras tan sinceras, y un beso gigante a tu mamá es una guerrera, no pude evitar las lágrimas, un abrazo!!
Rodrigo Solís
Gracias Pau, abrazo de vuelta para ti.
Sol
Gracias. Lectura agradecida.
Rodrigo Solís
Que bueno que te gustó. Saludos, Sol.
Mau
para mi fue y es desde el cielo un gran tio, saludos. Honrremos su memoria.
Rodrigo Solís
Así lo fue, Mau. Un gran tío y un extraordinario ser humano. Abrazo.
Natán
Estos son los textos que disfruto leer en voz alta. Es una manera de disfrutar cada palabra, y retrasar un poco su final. Gracias por compartir. Abrazo.
Rodrigo Solís
Gracias por tus palabras Natán, abrazo hasta Argentina, espero nos veamos este año.
Nicolas Camara
Tienes toda mi admiración querido Rodrigo, un fuerte abrazo!
Rodrigo Solís
Muchas gracias, mi querido Nico. Abrazo de vuelta.
Pamela Dorantes
Me encanta la forma en que redactas Rodrigo, espero tu novela con muchas ganas.
Saludos!
Rodrigo Solís
Muchas gracias, Pame. Serás la primera en saber de la novela apenas salga. Saludos.
Mau González
Hace mucho que no te leía Ro, te admiro kilométricamente =)
Rodrigo Solís
Muchas gracias, Mau. Abrazo fuerte.
Malena Manzanero
Espléndida narrativa Rodro. …soberbia manera de hacer limonada. Vas a llegar lejísimos, me tocará verlo. Besos y abrazos
Rodrigo Solís
Mil gracias, espero tengas voz de profeta. Besos.