Un día, un granjero le dijo a otro: “Nunca pongas todos los huevos en una sola canasta”. Con el paso del tiempo, este consejo se convirtió en una máxima universal. Los ricos, diversificaron sus inversiones para hacerse más ricos; los pobres, diversificaron su tiempo libre en reproducirse para hacerse más pobres.
Sí, lo sé. Ésta es una simplificación tan radical de la sociedad que podría hacer que me cancelen de por vida o, peor aún, me catapulte a YouTuber o en político.
Lo que quiero decir es que el ser humano le tiene pavor a apostar todas sus fichas en una sola casilla. Su instinto de supervivencia no se lo permite. Por eso se reproduce, con la esperanza de que alguno de sus hijos se haga cargo de él cuando se convierta en un anciano insoportable.
No obstante, hay sucesos que escapan de nuestras manos y que preferimos ignorar para creer que tenemos el control de nuestro destino. Las abejas, por ejemplo. Estos diminutos insectos han sido fuente de traumas desde nuestra infancia hasta la adultez.
Primero, fue “Mi primer beso”, esa película donde “Mi pobre angelito” se convierte en angelito de verdad, gracias a un enjambre de abejas que hacen el trabajo sucio que Joe Pesci realiza en “Casino”.
Después, vino “Interestelar”, esa obra de ciencia ficción que, con fundamentos científicos, nos advierte que en un futuro no muy lejano la Tierra se transformará en Chihuahua: un vasto desierto cubierto de polvo, donde la humanidad no podrá sembrar ni un triste rábano debido a la extinción de las abejas.
En resumen: la Madre Naturaleza puso todos sus huevos en una sola canasta; si a las abejas se les ocurre formar un sindicato, pues Chihuahua para todos.