En un parpadeo hemos llegado a la primera quincena del año, y para sorpresa de nadie, nos encontramos una vez más enfrascados en la rutina, como si fuéramos pequeños roedores dando vueltas en una rueda interminable. Los días se suceden, los meses desaparecen, y los años nos dejan como testigos impotentes de la carga acumulada de la edad.
¿Y para qué?
¿Cuál es el propósito de todo esto?
La clave para romper este ciclo constante, como pueden intuir, es liberarse de la rueda implacable. Claro, no garantiza detener el envejecimiento. Lo único cierto es que dejaremos de movernos en vano. Y no malinterpreten esto; avanzar no garantiza éxito ni se traduce en automático en algo positivo; simplemente, es indispensable.
No confundamos este concepto con la típica charla motivacional de “salir de tu zona de confort”. ¿Quién no busca comodidad? Nuestra existencia está dedicada a alcanzarla. Para llegar a ella, es imprescindible avanzar. Y una vez que lo logramos, sería absurdo abandonarla. La comodidad se erige como nuestro refugio, y debemos protegerla con determinación, ya que intentarán arrebatárnosla.
Y aquí yace el giro de tuerca: el problema no radica en la rueda, sino en el hámster. La rueda simboliza nuestros anhelos, y el hámster personifica la fantasía que tejemos en torno a ellos. Un mundo lleno de promesas vacías, desprovisto de hechos tangibles. Es más fácil aferrarse a las creencias que encarar la realidad. Así que persistimos en avanzar, sin alcanzar nunca el destino prometido.
Avanzar también implica acercarse a un abismo, no olvidemos esto. Es lanzarse de cabeza, sumergirse en lo desconocido y, quizás, nunca regresar, añorando la ilusión de progreso mientras seguimos avanzando sin avanzar en una rueda de hámster.