“La casa de los famosos” es como el brote de una nueva pandemia, algo similar a la viruela del mono: preferirías que no existiera, pero no te queda de otra más que informarte, de lo contrario, corres el riesgo de quedar aislado de la sociedad.
Voy a suponer que eres uno de esos despistados que no tienen idea de qué estoy hablando, así que te daré un resumen a la altura de las circunstancias: se trata del programa “televisivo” con más rating del país, y digo “televisivo” entre comillas porque, seamos honestos, la mayoría lo sigue por las redes sociales, lo cual, entre otras cosas, lo hace tan contagioso como adictivo.
14 celebridades se encierran voluntariamente en una casa. El último en salir se embolsa 4 millones de pesos. Ahora, todos sabemos que ese no es el verdadero premio.
Así como una empresa vive de sus clientes, la celebridad sobrevive gracias a sus fans. Por eso, cuando llega la hora de negociar un contrato, lo único que importa no es su habilidad para hacer lo que se supone que sabe hacer, sino cuánta gente la sigue.
¿Estamos?
Pues dicen que estamos frente al show más tóxico del momento, y mientras más tóxico es, más crece la audiencia. <<Eso dice mucho de nosotros como sociedad>>, claman con aire solemne los intelectuales y la gente moralmente superior.
Y las empresas, que cacarean valores de altos vuelos, se ven atrapadas en el dilema de seguir anunciando sus productos en un programa que va en contracorriente de esos valores tan sublimes.
Al final, ¿consumir toxicidad te vuelve tóxico? La respuesta es obvia, como también lo es que disfrutar documentales de asesinos seriales no te convierte en uno.
En resumen, si los que están allí dentro están actuando o no, es lo de menos. Lo que la audiencia disfruta, y eso no ha cambiado desde el día uno, es plantearse la misma pregunta que nos hacemos los lectores al leer una novela negra: ¿Yo actuaría igual de vil?