No hay pudor
13 diciembre, 2017

La moda y sus infinitos problemas

 

 

La semana pasada, minutos antes de partir a la inauguración de un lujoso restaurante en el centro de la ciudad, Fiera me hizo una pregunta que a ningún hombre se le debe hacer.

—¿Cómo me veo?

Omitiendo el detalle que delante mío tenía a una mujer enfundada, ni más ni menos, que en la botarga de Abelardo Montoya, la duda razonable es la siguiente: ¿en qué momento del matrimonio uno se convierte en asesor de moda?

No sería falsa modestia si les aseguro que están en presencia de uno de los cinco críticos menos calificados para emitir juicio en el ámbito donde el sentido común no tiene cabida. En materia de moda, concluyo categóricamente que después de los griegos (que tenían la bonita costumbre de salir a la calle envueltos en sábanas) todo ha ido en decadencia.

Cuando era joven (y soltero) podía permitirme vestir camisetas agujereadas, casi transparentes de tanto uso, indumentaria que causaba gran controversia y espanto entre conocidos y guardias de seguridad que me prohibían el paso al confundirme con un mendigo. ¡Quién se iba a figurar en ese entonces que era yo un visionario! En la actualidad, las casas de moda llenan sus arcas vendiendo ropa rota de fábrica.

Regresando al incómodo momento de dictar veredicto, o sea, decir la verdad o soltar la mentira piadosa (que en ambos casos se presupuesta un desenlace funesto), opté salir por la tangente: recomendar la fotografía de cuerpo entero y someterla a votación en redes sociales o en alguno de los muchos grupos de WhatsApp a los que pertenece mi esposa.

—¿Cómo me ves, tú? —insistió.

—Te ves muy bien —mentí, frente al callejón sin salida.

—No seas mentiroso —me descubrió.

—La verdad… —dije la verdad— pareces un pájaro gigante. Y ese es el menor de los problemas. Quisiera ver cómo le haces para comer sin remojar las plumas de las mangas en los platos de los vecinos.

La cena se canceló. O mejor dicho, Fiera se fue al restaurante sin mí. Dijo no sentirse <<cómoda>> en compañía de alguien que la estuviera juzgando con la mirada toda la noche.

 

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