Teorías conspiratorias
19 noviembre, 2023

La ciudad que lo tiene todo

 

 

La prestigiosa Universidad de Stanford acaba de revelar un estudio en el que se puede distinguir de forma infalible a un provinciano de una persona que vive en la Ciudad de México con tan solo observar su comportamiento al ingresar a un establecimiento. En este caso el experimento ocurrió en una terminal de autobuses. Los científicos colocaron una hilera con treinta y dos butacas, todas vacías, salvo las primeras siete, ocupadas por estudiosos en la materia disfrazados de civiles.

Las personas que al ingresar a la estación eligieron la última butaca, o sea, al extremo opuesto de las ocupadas, resultaron ser provincianos. Por el contrario, quienes ocuparon codo a codo el octavo asiento de la hilera, resultaron ser capitalinos (o personas con aspiración a serlo). Es decir, el estudio concluyó que la capital del país está sobrepoblada de gente con el irrefrenable trastorno de conducta en querer estar en permanente hacinamiento con extraños.

Sobra aclarar que el estudio de la Universidad de Stanford es una rotunda mentira, pero lo que no lo es, es el engaño en el que vive la gente que vive en la capital del país.

Estas personas creen habitar en el epicentro de la oportunidad, y se clasifican en dos grupos. Por un lado están los oriundos de Tenochtitlán, y del otro, suicidas en potencia. Los primeros, ni más ni menos, son tataranietos de una civilización que tuvo la brillantísima idea de construir una metrópoli sobre un lago… que por obvias leyes de la física no deja de hundirse 50 cm cada año.

Sin embargo, pese a la inminente catástrofe, es comprensible que los capitalinos se aferren a su ciudad natal, pues a diferencia de las otras 2,469 ciudades del país, lo tienen todo, incluidas las estaciones del año en un lapso menor de 24 horas: por la mañana puede vérseles enfundados en sudaderas y bufandas para no morir congelados; al medio día en playeras y blusas para evitar rostizarse; y por la tarde-noche refugiados en impermeables y paraguas para combatir la ira de Tláloc.

Lo mismo ocurre en materia económica: el pudiente pasa al bando de la indigencia tan solo por caminar en la vía pública. O en salud: vivos pasan a muertos por la puntualidad de los fenómenos sísmicos y/o el kamikaze transporte público.

Y así en el rubro que se elija, mientras siguen pasando los días en la ciudad que lo tiene todo, hasta que termine de llegar al infierno, si no es que ya llegó y ni nos percatamos de ello por sentarnos en la butaca más lejana.

 

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