Cada vez que cuento el origen de mi nombre, todos dicen por unanimidad que soy un mentiroso. No me hago la víctima, si yo estuviera en el lugar de las personas que me escuchan, también pensaría que estoy frente a un mitómano (o a un loco). Sé que es imposible creer lo que voy a contarles a continuación, porque voy a contarles que tengo memoria desde el primer segundo fuera del vientre de mi mamá. Tan memorioso soy, y es por eso que nadie me cree, que incluso recuerdo mi vida antes de ser fecundado.
—¡Mañana tienes clases, deja ya ese libro! —le suelta mi abuela a mi mamá, reprendiéndola como todas las noches.
Pero no quiero adelantarme a los hechos, pues fue una noche antes de todas esas noches que recuerdo como si fuera ayer. Mi abuela sorprende a mi mamá leyendo en plena madrugada y le confisca el libro, con la intención de desentrañar qué diablos la hace leer tan fervorosamente. Para su sorpresa, no encuentra nada pecaminoso entre las páginas. Todo lo contrario. Y así, su juicio cristiano le dicta que su hija siga leyendo la historia de un caballero que, en nombre de Dios, masacra infieles.
—Léelo durante el día —le advierte mi abuela al devolverle el libro—. Las noches fueron creadas por Dios nuestro Señor para descansar.
Sin embargo, con el paso de los años, lo único capaz de interrumpir la lectura de mi mamá eran las serenatas que le llevaban pretendientes al pie de su ventana. No les miento, ni en un millón de años me habría imaginado que ella se decantaría por el muchacho de Petronila.
—¡Es horrendo! —exclama mi mamá en la sala de maternidad al recibir a su primogénito; razón por la cual se le ocurre bautizarlo con el nombre de mi papá.
Eso no es todo, pues el último bebé también fue una desgracia, pero no por tener la apariencia diametralmente opuesta a esos bebés monárquicos que mi mamá adoraba en las revistas Vanidades. De hecho, ese bebé era digno de portada, el problema fue que nació mujer, por lo cual, no sorprende que la condenen a ser reina de belleza 20 años más tarde.
Y con esto concluyo. Sucede en un día como hoy, pero de hace 44 años. Toda mi familia, sin excepción, espera la llegada de un nuevo desastre al ver a la enfermera entregando al segundo y último hijo varón.
Para sorpresa de todos (me incluyo), mi mamá pregunta con lágrimas de felicidad en primer plano: <<¿Cómo está mi valiente caballero?>>.