En cada Año Nuevo, cuando la ciudad descansa en la penumbra de la madrugada, mis vecinos se lanzan a la avenida arrastrando maletas vacías, ataviados con ropa interior roja o amarilla, en un ritual extravagante para atraer viajes, fortuna o amor. Y, sinceramente, no puedo culparlos. No solo por este capricho anual, sino por todas las chifladuras que siguen a lo largo del año. A fin de cuentas, confieso que si no fuera por el respeto y amor propio que aún me guardo gracias a la ciencia, bien podría haberme unido al club de los terraplanistas.
Pero, claro, cuando miras la ciencia con ojos fríos, resulta tan enigmática como cualquier superstición. ¿Átomos? Unidades fundamentales de la materia que no podemos ver, pero que se representan con núcleos de protones y neutrones, curiosamente similares al logotipo del detergente Ariel. ¿Será la realidad solo una ilustración publicitaria del universo?
Aún así, decido creer. También en la manzana que le cayó a Newton en la cabeza. Los hombres de bata blanca lo definen como un fenómeno natural por el cual los objetos y campos de materia dotados de masa o energía son atraídos entre sí. Traducción: la gravedad es eso que evita que los seres humanos sean globos aerostáticos de carne y hueso que revientan al llegar a la estratosfera.
Y aún así, decido creer. Con la misma fe (ciega) que tenía en la primaria cuando me dijeron que el horizonte es una ilusión. Avancemos lo que avancemos, nunca llegaremos al final. Y no solo eso, vivimos en un planeta llamado Tierra, aunque el 70% sea agua, milagrosamente, no se derrama por más suspendida que esté en el vacío cósmico, y a pesar de existir videos donde puede vérsele apacible y quieta como un objeto inanimado, en realidad está girando a la velocidad de millones de Tagadas Shakers, tan rápido que no podemos ver a la Monja de Durango bailando sobre el Ecuador.
En resumen: el surrealismo es nuestra norma, y lo absurdo es nuestra ley. Aquello que parece carente de lógica para la mayoría abrumadora, sin el coeficiente intelectual suficiente para calificar en la NASA, resulta ser matemática y científicamente correcto. Entonces, ¿por qué sorprenderse de que mis vecinos piensen que cargando maletas vacías atraerán átomos parisinos con fuerza gravitacional suficiente para cruzar el charco en este 2024?