Educación física
27 mayo, 2016

Como juegas vives

pildorita-06

Más que un deporte, el fútbol es la radiografía de los usos y costumbres de las naciones que lo practican. En México, el futbolista, al igual que el oficinista promedio, pasa tres cuartas partes de la jornada laboral mirando al vacío, operando en piloto automático, a un ritmo hipnótico, semilento, como si el árbitro fuese a amonestarlo en caso de rebasar cierto límite de velocidad cuando tiene la pelota en los pies, por eso, se deshace de ella lo más rápido posible, siempre de manera horizontal, nunca frontal, salvo durante los últimos cinco minutos, cuando corren enloquecidos para intentar remontar el marcador.

Otra característica del futbolista nacional es su naturaleza propensa al drama, ya que las cadenas televisivas que transmiten los juegos, además de ser dueñas de un puñado de equipos y de decenas de jugadores, son famosas por sus producciones melodramáticas. No es de extrañar entonces que cada vez que un jugador es rozado por un adversario, salga catapultado por los aires, para luego gesticular, retorcerse y gritar en el césped, cubriéndose el rostro con ambas manos como Victoria Ruffo o alguna otra “actriz” de las que lloran bonito.

Las comparaciones son odiosas (y en general innecesarias), pero resultan insalvables cada que llega la final de la Champions League. Y ni siquiera la final, eso es lo más triste. Tomemos al azar cualquier juego de este campeonato. Imposible no quedar con la boca abierta al mirar la periferia. Es como si un OVNI nos abduciera. Los estadios, lejos de parecer ruinas prehispánicas de concreto, son naves espaciales.

Los espectadores son tratados como seres humanos, las butacas tienen la función de amoldar sus posaderas en vez de romperle el espinazo. El terreno de juego puede observarse en alta definición, sin obstáculos visuales, entiéndase rejas con alambres de púas para contener los instintos primitivos de descamisados prestos a saltar al campo, caguama en mano para reventarla en la cabeza de algún jugador.

La organización es otro punto a resaltar. Apenas levante el trofeo alguno de los finalistas, se dará el banderazo de salida para la Eurocopa, torneo de naciones que se juega cada cuatro años. No así en Latinoamérica, cuyo torneo continental de clubes se ve interrumpido súbitamente en semifinales gracias a la Copa América, evento que se sacaron de la manga los directivos para embolsarse millones de dólares conmemorar el centenario del evento, cuya última edición se realizó apenas un año atrás.

Para no ir más lejos y seguir alimentando la envidia, la diferencia puede resumirse desde el título de la competición más representativa de cada continente. Del otro lado del charco desbordan síntesis y elegancia.

—¿Nombre?

—Champions

—¿Apellido?

—League.

Aquí, en cambio, somos amantes de complicarlo todo desde el mismísimo momento en que nacemos y vamos al registro civil.

—¿Nombre?

—Copa.

—¿No quiere un segundo nombre o un apodo que resalte masculinidad?

—Pues mire, señor notario, de hoy hasta que cumpla los diez años le vamos a apodar Toyota, en la adolescencia le diremos Santander, y ya más grandecito le llamaremos Bridgestone.

—¿Por algún motivo en especial?

—Es que somos pobres.

—¿Apellido paterno?

—Libertadores.

—¿Y el materno?

—De América… para que no se le olvide que fuimos colonizados.

 

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