El mundo ya no está siendo segregado por razas sino por hábitos. Entre, por ejemplo, fumadores y no fumadores. Los segundos se empeñan en robarle terreno a los primeros, expulsándolos de todo recinto público llegando hasta la grosería de marginarlos de sitios creados ex profeso para fumar: cantinas y cafés. Los cabecillas del segundo grupo son insaciables e insisten en tomar el último bastión de su adversario: prohibir el consumo de cigarro dentro del mundo ficticio de las películas y las series de televisión.
Nunca pensé en inclinarme por un bando en esta contienda, pero si uno es observador, notará que en 9 de cada 10 filmes o episodios de un programa de televisión, aparece en escena un personaje (por lo general el protagonista) echando humo por la boca en situaciones en las que ni un fumador compulsivo se atrevería a encender un cigarro.
—Esto es una campaña descarada de las tabacaleras por recuperar adeptos a raíz de la reforma antitabaco en anuncios comerciales —suscriben las nobles conciencias que buscan prolongar más de lo necesario la vida humana—, o una estrategia maquiavélica para envenenar a la juventud mediante la imitación de los usos y costumbres de sus ídolos.
Cualquiera de las dos teorías, he de admitir, es convincente y digna de análisis, sin embargo, no haré eco de ellas hasta no ver a los quejosos levantarse contra algo mucho más dañino que el tabaco: la higiene dental.
Para dejar claro el problema voy a ilustrarlo con una anécdota real.
—Regrese con su cepillo de dientes la próxima consulta —me dijo el dentista luego de mirar todas mis caries, sarro y encías sangrantes.
Fue humillante esperar en recepción, una semana después, rodeado de niños en compañía de sus madres (mujeres de mi edad), con mi cepillo de Star Wars en mano, pero nada comparado a lavarme los dientes ante el escrutinio del dentista y su asistente.
—¿Quién te enseñó a hacerlo así? —preguntó horrorizado.
—Hollywood —pensé, mudo y con el rostro colorado de la vergüenza.
Diagnóstico: de seguir cepillándome con el método aprendido en pantalla, es decir, empuñando el cepillo y realizando movimientos vigorosos de adentro hacia afuera, como chupando un pito, corro el riesgo de una severa infección maxilar que podría incluso costarme la vida. El modo correcto —según el dentista— es el cepillado vertical, o sea, de arriba hacia abajo, partiendo de las encías hasta llegar a la punta de los dientes. Importantísimo: la limpieza debe durar al menos 4 minutos, abrochando con un cepillado de lengua de adentro hacia afuera. Traducción: un espectáculo de espumarajos, baba y salpicaduras de espejo.
¿Pueden imaginar a Jennifer Lawrence tomándose todo este trabajo? Ni Lars von Trier la sometería a tanto. Lo cual, me lleva a plantear un par de teorías al respecto. O las compañías de higiene bucal en contubernio con la Asociación Odontológica Mundial están subsidiando a la industria cinematográfica y televisiva para enseñar a lavarse (mal) los dientes, o en caso de enseñar (bien) el cine y la televisión quedaría reducido a un sólo género narrativo: el gore.