Ayer fue el Día Internacional del Perro Callejero, y no pude evitar recordar el cortometraje animado de Serge Avédikian, “Chienne D´Histoire” (Historia de perros). La trama es tan intrigante como conmovedora: en 1910, Constantinopla estaba infestada de perros. Estos animales invadían las calles, las esquinas, y los callejones, husmeaban en los basureros y lloriqueaban a los transeúntes por un trozo de comida. Las perras parían bajo los árboles y los perros se gruñían entre sí. Hasta que una mañana, los titulares de los periódicos anunciaron: “Más de 60,000 perros en las calles de la ciudad. Las autoridades lanzan una oferta para eliminarlos”.
En un palacio junto al estrecho del Bósforo, el recién instalado gobierno, influenciado por el modelo occidental, consulta con expertos europeos sobre cómo deshacerse de la plaga. Entre ellos, el doctor Remingler, director del Instituto Pasteur, presenta su propuesta. Habla de mataderos en las afueras de la ciudad, cámaras herméticas, talleres de formación de piel, clasificación y recuperación de grasa y huesos. El proceso duraría dos meses y generaría 300,000 francos, destinados a instituciones de beneficencia.
Sin embargo, el gobierno rechaza esta solución. En lugar de ello, optan por una cacería. Encierran a los perros en jaulas, y aunque los animales luchan con fiereza, sucumben ante la superioridad humana. Algunos pocos son escondidos y protegidos por ciudadanos compasivos. Los prisioneros caninos son transportados en cajas a bordo de barcos que se dirigen al mar de Mármara.
Desde la costa, los políticos, satisfechos, observan el exilio. Los perros, tras los barrotes de sus jaulas, contemplan el paisaje cambiante. Ladran, chillan, lloran. Sus lamentos se mezclan con la brisa marina. Los marineros lanzan las cajas de madera sobre las rocas de una isla desierta. Algunas cajas se rompen, otras no.
Miles de perros aterrorizados corren alrededor de su prisión acuática. Saben que están condenados. Aúllan y claman por ayuda. Sus gritos son llevados por el viento hasta la ciudad. En el palacio, los políticos escuchan los lamentos, pero fingen no oír, continúan comiendo y aseguran las ventanas para mantener a raya el remordimiento.
Un buque lleno de aristócratas pasa cerca de la isla. Los pasajeros, horrorizados, ven miles de manchas multicolores lanzarse al agua, nadar y patalear. Se cubren los ojos, incapaces de soportar el espantoso espectáculo. Un fotógrafo captura la escena dantesca, un pintor la inmortaliza en una hoja. Cientos de perros nadan tras el barco, esperanzados, pero uno a uno desaparecen, devorados por el mar. Un perro, comprendiendo la inutilidad de su esfuerzo, da media vuelta. Sabe que los humanos no vendrán a rescatarlos.
En Constantinopla, los ecos de los ladridos aún se escuchan. Lo mismo sucede en mi calle, en toda la colonia y en toda la ciudad, donde ninguno de nosotros abrirá las puertas de sus hogares.
4 Comments
Maru
:’ (
Jair
Aquí, allá y ahora deseciendonos de nuestros amigos…!!!