Vida de escritor
10 junio, 2016

Mis más sentidas condolencias literarias

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El escritor sólo llega a tener la certeza de que está envejeciendo cuando presencia la extinción de las revistas que un día lo publicaron. Así como los pecados de Dorian Gray mancillaban su retrato, los decesos editoriales aparecen en forma de canas en mi cabeza. Esta mañana me descubrí una nueva, arriba de la oreja derecha. Con pena fui a Google para conocer la identidad del cadáver. Me sorprendió el obituario. Es inevitable el sentimiento cuando se trata de alguien famoso, de talla nacional, con el que trabaste amistad por accidente, por un mero malentendido.

Corría el año 2012, cuando un correo idéntico a los que venía recibiendo una década atrás llegó a mi bandeja de entrada. El mail alababa mi trayectoria poética, la profundidad y métrica de mi prosa urbana. En otras circunstancias (como era costumbre), no hubiera sacado de su error a la admiradora sino hasta que me enseñara las tetas, momento en el que revelaba no el Rodrigo Solís que ellas creían, es decir, el amigo del trovador Fernando Delgadillo.

Mi sinceridad se debió a tres factores. Primero: tenía una relación estable con una mujer con tetas de modelo de Playboy; segundo: era yo un escritor recién ascendido de la tercera división; y tercero: quien escribía no era una groupie, sino la editora de uno de los periódicos más importantes del país.

<<¿Eso quiere decir que el Rodrigo Solís poeta no es el mismo Rodrigo Solís que publicó en Orsai?>>, me escribió, y le respondí de vuelta que éramos dos personas diferentes, que esta confusión ocurría a menudo, convirtiéndome en la secretaria particular del Rodrigo Solís famoso, pero con mucho gusto podía darle el mail del poeta. <<No, gracias. ¿Cómo podemos hacer para que una pluma tan educada como la tuya forme parte de nuestra revista?>>, preguntó y me puse a llorar de la emoción y del susto.

Fijados los honorarios (de ahí provino el susto) me encargaron para el número de febrero un reportaje narrativo sobre los celos. La misión era responder las siguientes interrogantes: ¿Por qué los mexicanos somos tan celosos? ¿Somos más o menos celosos que en otros países? ¿Los celos han incrementado en la era de las redes sociales? ¿Qué opinan los especialistas de la mente sobre los celos?

Sudé frío, además de nunca haber escrito un reportaje, pude ver el trabajo colosal que tenía por delante: entrevistar a psicólogos, terapeutas, psiquiatras, amigos inmersos en relaciones tormentosas…

—Hijito, necesito que vayas a la tienda —me llamó mamá desde la cocina.

No hubiera hecho tantas rabietas por tener que cumplir el encargo de saber que minutos más tarde un segundo accidente, o malentendido, vendría a darle solución al primero.

—Once pesos —dijo el dependiente del minisúper, sin ocultar la cara de sorpresa.

—Ya sé que son las diez de la mañana —dije—. Apuesto a que tú tampoco sabías que uno de los ingredientes de los frijoles charros son trescientos treinta y cinco mililitros de cerveza.

El dependiente no me dignificó con una respuesta, en cambio me ofreció dos Gancitos por quince pesos. Al salir de la tienda, un par de señoras que entraban me miraron con reprobación. Crucé a toda prisa la calle. Intenté esconder la lata en el bolsillo del pantalón. No pude.

—Tranquilo, no sienta vergüenza —dijo una voz.

Levanté la mirada: se materializó un hombre de cabellera engominada, camisa a cuadros, bolígrafo metálico en el bolsillo y pantalones caqui de pinzas. Un licenciado en toda regla.

—Nosotros no juzgamos a la gente —dijo una señora, vestida toda de negro.

Sobre sus cabezas, leí un cartel: Neuróticos Anónimos “Fuente de la Felicidad”.

—Tenga —el licenciado me dio una invitación.

—Hoy en la noche celebramos nuestro séptimo aniversario —dijo la señora, entregándome un par de trípticos.

—La cerveza no es mía —dije.

—Tranquilo, ya le hemos dicho que aquí nadie va a juzgarle —dijo el hombre.

—El primer paso ya lo has dado —la señora me acarició el hombro.

 

*   *   *

 

Fiera no me creyó ni una sola palabra de lo acontecido en la mañana, hasta que vio con sus propios ojos el mail de la editora, la invitación al séptimo aniversario de Neuróticos Anónimos y el par de trípticos (uno informativo, el otro un test para medir el grado de neurosis en las personas).

—Pregunta uno —me leyó Fiera— ¿Trata siempre de justificarse o defenderse?

—Me niego a contestar.

—¿Padece ansiedad en ciertos momentos?

—No voy a responder a ni una sola pregunta —me levanté para arrebatarle el tríptico.

—Mira —Fiera puso un pie en mi plexo solar y estiró el brazo a la altura de mi barbilla para que pudiera leer la última pregunta del test: ¿Eres celoso y desconfiado?

Se fue dando un portazo de casa de mamá cuando rechacé su idea de asistir al aniversario de Neuróticos Anónimos. Ignoró mi argumento de que mi debut en un medio nacional no podía ser sobre una secta de lunáticos. En lo personal veía mi reportaje con una base científica; había llegado el momento de dar un giro de timón a mi carrera literaria, era lo mínimo que se esperaba de alguien con una pluma tan educada como la mía.

 

*   *   *

 

—Es un regalo de mi sobrina, por si te estás preguntando si creo en los ángeles —me dijo Javier al descubrirme con la mirada en un cuadro donde aparecían dos ángeles vestidos con ropas de humano.

—¿Y crees en los ángeles? —insistí.

—Creo en muchas cosas, en especial en los problemas y trastornos de las personas —dijo Javier—. Me has dicho que te urgía verme.

—Sí, necesito información.

—¿Para alguno de tus cuentos?

—Para un reportaje —miré todos los libros del consultorio—. Necesito datos sobre neurosis.

—¿De qué tipo?

—Cualquier cosa relacionada con los celos.

—¿Crees ser una persona celosa? —Javier cruzó la pierna y se acarició la barbilla.

—No.

—¿Y tu novia?

—No vine a terapia.

—En ese caso, hazme el favor de sentarte —Javier se revolvió incómodo en su asiento—. Y regresa ese libro a mi escritorio.

—¿Qué obsesión tienen los psicólogos con Paulo Coelho?

—Fue un regalo.

—De otra sobrina, supongo.

Antes de que me corriera de su consultorio, le pedí a mi amigo que evitara darme información inútil. Que no ahondara en lo que todo el mundo sabe sobre Freud, o sea, que los celos surgen por el complejo de Edipo y Electra o que si llego a tener celos de mi novia es porque soy un homosexual reprimido que en realidad se ha enamorado de un hombre y sólo me estoy proyectando. O que los celos no son otra cosa más que inseguridades personales.

—Si el psicoanálisis se resumiera a eso, cualquiera sería psicoanalista —dijo Javier.

—¿Alguna experiencia profesional que quieras compartir?

—De hecho hay una —dijo Javier—, pero no estoy seguro de poder contarla, conoces al involucrado.

—Hombre, estamos en confianza, sabes que soy una persona discreta.

Javier puso los ojos en blanco, cosa que me indignó muchísimo, pero no dije nada porque necesitaba información profesional, fidedigna, certificada bajo alguna casa de estudios respetable.

—El señor X —se animó Javier— creía tener la mejor estrategia para dejar de estar solo: al detectar un grupo de mujeres en la disco, iba sobre la más gorda de ellas.

—¡Es verdad! Incluso las gordas lo rechazaban.

—Cuando por fin una mujer hermosa aceptó ser su novia —continuó Javier fingiendo no escucharme—, su baja autoestima lo hizo espiarla todos los días, hasta que una noche le cayó a golpes a la ventana de su coche cuando descubrió que ella no estaba donde le dijo que iba a estar.

—¡Cierto! ¿Tú crees que Samanta llegó a quererlo realmente?

—Por supuesto que no, estaba con él por su dinero, pero ese no es el punto —dijo Javier—. Él siempre la acusaba de serle infiel, pero me consta que ella nunca lo engañó.

—¿Y tú cómo sabes?

—Porque yo intenté acostarme con ella y no se dejó —Javier deslizó la palma de la mano sobre su frente—. El señor X pensaba que ella era una puta porque él era quien la engañaba todo el tiempo con secretarias, prostitutas, etcétera. Esto es lo que se conoce como una proyección.

—Mira tú, qué interesante —ahora fui yo quien se frotó la frente—. ¿Eso quiere decir, y esto es sólo un caso hipotético, que si mi novia me cela es porque en realidad se muere de ganas de meterme los cuernos?

—Según Freud, me temo que sí. —Javier se acomodó los lentes, señal inequívoca de que se disponía a impartir una cátedra cargada de tecnicismos y datos imposibles de registrar—. También están los celos desde la perspectiva Gestalt.

—Para un segundo —miré el reloj de pared—, antes de venir googleé algo que se llama psicología positiva, que al parecer está muy en boga.

—Sí, intenta que conozcamos nuestras fortalezas y debilidades.

—Suena a libro empresarial, a la matriz FODA, de hecho.

—Esta corriente evita analizar el pasado —Javier volvió a ignorarme—, se basa en objetivos de corto y mediano plazo. De ahí viene el famoso: por hoy no voy a ser celoso.

—¿Cómo los grupos de autoayuda?

—Más o menos —dijo Javier—. El problema con los grupos de autoayuda…

—Es que no curan a las personas —lo interrumpí.

—¿Cómo supiste?

—Por que ellos dicen lo mismo de ustedes, los psicólogos.

 

*   *   *

 

A la mañana siguiente envié un reportaje larguísimo y muy técnico a la editorial capitalina, incluidos (para felicidad de Fiera) los testimonios del séptimo aniversario de Neuróticos Anónimos “Fuente de la Felicidad”, quienes no dudaron en exponer las historias más sórdidas con sus ex parejas, lo que me llevó a concluir que más que una cofradía de neuróticos era un club de celópatas incurables.

<<De todo el reportaje, la anécdota que más nos gustó fue la de la esposa detective>>, escribió la editora. <<¿Crees poder profundizar en ella?>>.

Fiera se emocionó. Su madre, por supuesto, no pertenecía a Neuróticos Anónimos; sin embargo, insistió tanto en que sus historias eran mucho más macabras y espeluznantes que la de cualquiera de las señoras que rompieron en llanto delante del estrado, que terminé por incluirla como otro testimonio más.

<<Alucinante, este fin de semana lo publicamos>>, me escribió la editora y supe que mi suegra se convertiría de ese día en adelante en mi peor enemiga.

 

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