Educación física
4 agosto, 2024

Historias olímpicas

 

Este escrito tiene dos ciclos olímpicos. Fue publicado en diferentes medios de comunicación hace ocho años. Pensé en adaptarlo a mitad de las Olimpiadas de París 2024, pero me di cuenta de que era una estupidez; no había necesidad de mover una sola coma. Ustedes verán por qué.

 

 

I

En un país con más de cien millones de habitantes, donde la mitad vive en pobreza y el 2% amasa el 80% de la riqueza, tres partidos políticos gobiernan sin ideología alguna. Estos partidos tienen sucursales con nombres y colores pintorescos, similares a los equipos de fútbol que aparecen y desaparecen en la liga local de la noche a la mañana. La analogía rebuscada (aunque no por ello falsa) se justifica porque, para sorpresa de sus vecinos desarrollados, el deporte nacional es meter una pelota en una portería en vez del levantamiento de machete.

 

 

II

Emilio es uno de los pocos hombres afortunados del país, cuyo trabajo consiste en entrar todos los días a las casas del 98% de la gente para decirles que tengan paciencia, que mañana será un gran día. Esta historia se repite desde los tiempos de su padre: la mujer pobre, pero trabajadora, logra casarse y formar una familia con su jefe rico. O los hombres de extracción humilde, que gracias a meter una pelota en la portería, tienen acceso a los partidos políticos y a las mujeres hermosas que derraman lágrimas en la televisión.

 

 

III

Carolina es una joven extraordinaria. Rompió el corazón a su madre, quien soñaba con verla semidesnuda en horario estelar y no cada cuatro años en los noticiarios deportivos. El cronista dijo, para variar y no perder la costumbre, que fue eliminada en primera ronda, en lo que parece ser una disciplina que a nadie interesa.

 

 

IV

Laura ama a su nieta. La nieta de Laura ama su pelota. La pelota es de un color brillante. Rebota y vuela por los aires. La abuela piensa con amargura que si su nieta hubiera nacido hombre, en vez de lanzar y abrazar la maldita pelota brillante mientras hace acrobacias, la patearía dentro de una portería y la gente le aplaudiría.

 

 

V

Joaquín ignora el placer que le causa cada cuatro años pasar horas frente al televisor, viendo a personas dar piruetas en agua, tierra y aire. Siente vergüenza por sus compatriotas que siempre quedan últimos, y una profunda envidia por los vecinos desarrollados que siempre quedan primeros. De pronto, le embarga una profunda depresión al saber que en pocas horas tendrá que salir a trabajar para unos ladrones que se roban todos los impuestos, que por supuesto él nunca paga.

 

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