Teorías conspiratorias
19 septiembre, 2016

El ingrediente inolvidable

pildorita-33

 

En México sobra tela de dónde cortar en materia de héroes patrios. Sus biografías, al igual que la del Chapo Guzmán, son dignas de escribirse en formato gore para HBO o Netflix. Por desgracia, estos próceres sólo parecen venir a la mente cuando rodeamos alguna glorieta o cuando pagamos con billetes de baja denominación o cuando gritamos sus apellidos tumefactos en alcohol al celebrar otro aniversario de la Independencia.

Si un extranjero nos llegara a preguntar qué proezas llevaron acabo estos buenos señores de ropas estrafalarias y patillas largas, seguramente fingiríamos ser guatemaltecos para evitar el bochorno de quedar como unos ignorantes, pues de historia nos jubilamos al poner un pie fuera de la escuela primaria. Sin embargo, nótese cómo opera el engranaje de la memoria nacional cuando se trata de retener el nombre, apellido e incluso el apodo de los personajes históricos que sacrificaron su vida por la patria, o dicho en buen cristiano, al cometer suicidio.

Ejemplo: Miguel Hidalgo, alias El Padre de la Patria, en las monografías escolares poco o nada tiene que hacer frente a la imagen de un cadete envuelto en la bandera en caída libre. En la imaginación de un niño los sesos esparcidos en el pavimento son una estampa que se marca a fuego. <<¿Por qué se arrojó de la azotea en vez de esconder la bandera bajo un ladrillo?>>, piensa. <<¿No sería más valeroso (o patriótico) matar a uno o dos gringos que a un mexicano?>>, elucubra, sin el valor de preguntárselo a la maestra.

Mismo fenómeno de retentiva ocurre al leer las historias de ficción. Probablemente no existe en toda la literatura mayor prueba de compromiso, perseverancia y unión que la demostrada entre los personajes Ulises y Penélope, pero… cuando se trata del corazón, los mexicanos preferimos tomar por abanderados a un par de ninis veroneses que en vez de mudarse a otra ciudad y trabajar 12 horas diarias para ser sujetos de crédito INFONAVIT, optaron por el suicidio colectivo. No en balde cala más la frase <<te quiero hasta la muerte>> que <<te quiero aunque nunca estés en casa>>.

Las historias de corte fantástico o religioso, por supuesto, tampoco escapan al ingrediente inolvidable. En la época de los emperadores romanos se rumoraba la existencia de un emprendedor capaz de convertir el agua en vino, multiplicar panes y peces, y devolverle la vista a los ciegos. El imperio, en vez de franquiciar vinaterías, panaderías, pescaderías y optometrías, gira una orden de aprehensión en contra del microempresario por alterar el orden público. Sin embargo, esta no es la parte absurda de la historia: el acusado, en vez de escapar caminando sobre el agua o volando como paloma (habilidades propias en él), se pone a disposición de las autoridades para que lo ejecuten de forma espeluznante. En el velorio, invadido por el sentimiento de culpa al negar las excentricidades del occiso, su mejor amigo intenta lavarle la reputación para que no sea recordado como un perfecto imbécil sino como destacado animador de bodas, generoso banquetero y magnífico oftalmólogo.

—Su muerte —anuncia a los deudos—, en realidad, fue un sacrificio para salvarnos.

Pese a pronóstico, esta declaración trasciende el seno familiar, y dos milenios después, en países subdesarrollados como el nuestro, sigue vigente.

 

One Comment
  1. Responder
    Maru

    Generoso banquetero! JajahajajJaja!

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