Vida de escritor
15 noviembre, 2017

Duelo de reyes

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Campeche, considerada la ciudad capital más aburrida del mundo, se convirtió en el escenario de mi desgracia literaria. Al llegar a este supuesto paraíso escribano para poder finalizar mi primera novela sin distractor alguno, me encontré con una festividad ancestral que inundaba las calles, las mentes de sus habitantes y todos los medios de comunicación.

—¡Este idiota me pisó! —bramó la reina.

—¡Mentira! —se defendió el rey.

—¡Tranquilos…! —intervino el conductor del show— Hablen uno por uno.

Lo que el auditorio (y televidentes) pudimos entender, bajadas las pulsaciones de la realeza, fue que uno de ellos había sido víctima de un premeditado pisotón durante la pasarela de coronación del Carnaval.

—Me pisó mi vestido —acusó la reina.

—Ni que fuera de diseñador —denostó el rey.

—Pues mi mamá y veinte costureras lo hicieron —aclaró la reina.

Tratando de encontrar una resolución, el conductor del show ordenó revisar los videos de la coronación una y otra vez. Como un árbitro del VAR, analizó cada movimiento, buscando pruebas que pudieran sustentar las acusaciones. La incertidumbre y la expectativa eran palpables.

Hasta que finalmente, se encontró un momento milimétrico que parecía confirmar las sospechas de la reina. Las opiniones se dividieron, y la deliberación se hizo más acalorada. La audiencia tomó partido, y el conflicto amenazó con desbordarse cuando la reina, al borde de las lágrimas, sacó a relucir un recuento de daños del pasado, aseverando que antes de ser nuestra flamante monarca, fue víctima de chismes y calumnias por parte de su otrora consorte, quien se encargó de decirle a la sociedad campechana que ella se dedicaba a la profesión más antigua del mundo.

—¡No es cierto! —exclamó el rey.

—¡Sí es cierto! —exclamó la reina.

El conductor, cansado de tanto griterío, exigió al soberano repetir al pie de la letra lo dicho a la agraviada antes de ser su majestad.

—Le dije puta —confesó, al fin—. Pero sólo porque su papá me tiró la onda… obvio lo rechacé por ser feísimo, entonces amenazó con romperme la madre el muy mayate.

—Regresamos después de un corte comercial —anunció el conductor al ver desvanecerse a la reina ante sus ojos.

Al no existir barra de comerciales programada debido a la nula iniciativa privada en el Estado y la lejanía de la temporada de elecciones para cargos públicos y su plétora de spots propagandísticos, la cámara registró en vivo y a todo color, sendas bofetadas que el paramédico asestó de ida y vuelta en el rostro de la reina, obteniendo los mismos resultados que una inyección de adrenalina al miocardio: la desmayada se incorporó de un salto con los ojos fuera de órbita.

—Estamos de regreso, amable teleauditorio —anunció el conductor del show.

De inmediato, la reina arremetió diciendo que también fue víctima de otro pisotón fuera del escenario. El impugnado, por su parte, aseguró no tener conocimiento de tal agresión, pero su acusadora (aún con las mejillas coloradas) dijo no creer en la palabra de su rival.

<<¡El rey dice la verdad!>>, gritó un espontáneo entre el público que cambió el rumbo de los acontecimientos. Se trataba de un bailarín de la comparsa de los reyes, quien admitió ser el autor del accidental pisotón. Y así fue como la verdad salió a la luz, generando una sorpresa generalizada.

Sin embargo, a pesar de la confesión del bailarín, la reina se negaba a aceptar la realidad, pues no había pruebas materiales que corroboraran su testimonio. El conductor del show, viejo lobo de los medios, olfateó la sangre seca y, apelando a la máxima televisiva “el tiempo al aire es oro” (que por supuesto, en Campeche significa lo contrario), ordenó a los protagonistas del zafarrancho disculparse mutuamente.

A regañadientes, los monarcas accedieron al mandato, a sabiendas que al Carnaval le quedaba mucha cuerda, mientras tanto, absorto frente a la pantalla del televisor, descubrí que sería incapaz de terminar mi dichosa novela en un lugar tan deliciosamente escandaloso. Los años pasaron y mi intuición se confirmó: cada día, Campeche superaba con creces cualquier trama ficticia que pudiera germinar en mi cabeza.

 

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